Helena soñó que quería cerrar la valija y no podía,
Eduardo Galeano
hacía fuerza con las dos manos, y apoyaba las rodillas sobre la valija,
y se sentaba encima, y se paraba encima, y no había caso.
La valija, que no se dejaba cerrar, chorreaba cosas y misterios.
Llevamos varios siglos hablando de la sexualidad, un tema que ha sido conflictivo y enigmático, incluso en la actualidad; si bien ha habido más apertura hoy en día sobre ciertos temas, tanto a nivel social como político, médico y personal, ha sido un camino muy accidentado.
Es un tema ambivalente el que la sexualidad siendo tan “personal e íntima” (¿tal vez un remedo de idea Victoriana?), sea algo que se quiera investigar y determinar. Así como fue ambivalente el hecho de que Sigmund Freud (1856 – 1939) fuera en contra de su tiempo y costumbres por las ideas tan fuera de lo “normal”, donde el sexo y la sexualidad eran relegadas al cuarto de los padres y nada más. Sus investigaciones sobre la sexualidad infantil (aunque aplicada en adultos), dio la pauta para que se pensara que los niños son seres sexuados o “perversos polimorfos” como Freud les llamó, estableciendo que ya tenían una sexualidad incluso antes de la adolescencia, tema que estremeció a varios.
Más allá de centrarme en la sexualidad en general, me gustaría hablar de la sexualidad femenina desde el psicoanálisis, aquella que parece que siempre se ha dejado de lado, como un sexo secundario o que se explica a sí mismo desde la sexualidad masculina. Que, si bien la sexualidad femenina es un “misterio” y algo que motiva la búsqueda de respuestas, también ha sido motivo de miedo, relegando a las mujeres a la condición de “brujas”, a las cuales tendrían que “meter en cintura” (a la hoguera) o a un manicomio con tal de dominar aquello a lo que no es posible acceder desde un punto de vista masculino.
Lo que considero es que, si bien Freud planteó este concepto en un intento de explicar lo que les pasaba a las niñas pequeñas en contraparte de los niños y el Edipo, lo hizo desde un punto de vista masculino y atravesado desde su época. En cambio, la visión femenina de Melanie Klein (1882 – 1960) la hizo repensar el “Edipo en las mujeres” y plantear una “fase femenina” tanto en hombres como en mujeres. Hoy en día nos estamos replanteando este concepto, y aunque muchos autores ya han abordado el tema, la propuesta en este ensayo es hacerlo desde las teorías de Emilce Dio Bleichmar, Helí Morales y Silvia Di Segni para conocer una postura más actual, aunque no final.
I.
El planteamiento sobre la sexualidad de Freud fue revolucionario para la época (y en cierta medida, lo sigue siendo), pero cuando hablamos específicamente sobre la sexualidad femenina, podemos pensar que la influencia de la época y la situación que se venía dando históricamente, Morales (2014) explica que sobre el siglo XVII, el modelo principal era sobre lo masculino, principalmente por la anatomía. En la antigüedad se consideraba que la mujer era la inversa del hombre. Esta es una idea que Freud sigue para sostener por completo la sexualidad, los hombres tienen pene y por ende tienen temor a la castración, y las mujeres NO tienen pene y entonces, tienen envidia a los que sí lo tienen.
Esta idea no era (sólo) freudiana, sino una voz de su siglo, donde existía un temor de quedarse sin hijos y, por ende, sin población si las mujeres hacían un tipo de “revolución” en contra de su “designio divino”. Roudinesco (2015) lo explica como un tema de vida o muerte, como un apocalipsis donde las mujeres ya no querían ser madres.
Freud desde un punto de vista masculino, sus planteamientos provenían de esta historia que nos atraviesa incluso hoy en día, la sociedad y empáticamente desde sus propios conocimientos. Sin duda, ésta es una cuestión que abundaba en la época Victoriana pues Freud ni siquiera lo pone en tela de juicio, era algo en lo que estaba inmerso sin tener que ponerlo en duda. Roudinesco (2015) habló de tres fundamentos que permearon las ideas de Freud desde el orden familiar: la autoridad del esposo, la sumisión de las mujeres y la dependencia de los hijos.
Freud (1905) planteó sobre la sexualidad que todos poseíamos el genital masculino, incluso que el clítoris era un sustituto del pene. Es por esto por lo que cuando la niña ve un pene, tiene envidia pues desea ser varón.
De esta manera, le daba reconocimiento a nivel teórico a lo que se venía diciendo histórica y socialmente sobre los “no-hombres”, esto es, que todos nacemos pensando que tenemos pene, y que, si no tenemos, entonces nos lo han quitado y habremos de buscarlo por algún lado. Así fue como los colegas de su época abordaron los temas con sus distintos pacientes, hombres y mujeres por igual.
¿En serio las mujeres piensan esto cuando son muy pequeñas? ¿Se ven como seres mutilados? O ¿eso imaginó Freud que pensaríamos dado que él, como hombre de su época, donde históricamente se ha manejado así la información, asumió que era lo que pensaban “todas”? Sin duda, preguntas que podrían abordarse en un futuro, pero que propongo para abordarlo, tal vez, desde la clínica.
En 1940, Freud estableció que para distinguir lo masculino de lo femenino, tendríamos que plantearlo de modo que masculino aludiera a lo fuerte y activo y lo femenino como a lo débil y pasivo. Retoma a Krafft-Ebing (1985 en Di Segni 2013) quien mantenía que la sumisión de la mujer al sexo opuesto era un fenómeno fisiológico.
Aceptamos entonces que nuestro lugar de mujeres es aquel pasivo del que nada se puede hacer; junto con la imagen de las mujeres, la cual está por entero deformada en ese alguien en quien no se puede confiar porque piensa que el deseo lo tenemos tan a flor de piel, que somos en extremo peligrosas y seductoras. La responsabilidad recae sobre las mujeres, quienes deben mantener a raya el deseo de los hombres.
En fin, que el punto es que hombres y mujeres estaríamos atados a nuestro sexo biológico y de ahí se desencadena la formación de nuestras mentes, el Edipo como principal instaurador del superyó. Freud teorizó que en hombres está la amenaza de castración, la cual conduce a la resolución del complejo de Edipo y en mujeres, como ya estaban castradas, asentó que nunca se termina de instaurar el superyó, ya que, en sentido estricto, la niña no teme el castigo de los padres.
Klein en cambio, abordó que el Edipo sucedía mucho antes que el que planteaba Freud, existiendo mucha culpa en el bebé por los ataques oral-sádicos hacia la madre, por ende, un superyó mucho más punitivo. Para Klein (1928) el niño tiene poco conocimiento de cómo contestar ciertas interrogantes de carácter sexual, situación que le hace sentir frustrado, y es este sentimiento el que instaura el complejo de castración para ambos sexos. Existe una curiosidad por parte de la niña y el niño de querer conocer el interior del cuerpo de la madre, el primer objeto de amor y el primer cuidador de ambos sexos, la madre en este caso.
Si bien para Freud el niño teme la amenaza de castración, para Klein, la niña temería entonces el que la madre reaccione retaliativamente en contra de haber envidiado sus contenidos y potencialidad de tener más hijos-hermanos que la niñita no posee aún, y que le quite esta misma posibilidad a la niña. Por lo tanto, el principal objeto introyectado en la mente del niño y la niña, la madre, es el desencadenante de la formación del superyó.
Klein mantiene que el niño que sí posee un pene entra en rivalidad con el padre, y la niña que tiene el deseo insatisfecho de ser madre, aunque es confuso, busca atacar el cuerpo de la madre generándole una ansiedad que desata el “complejo de Edipo”.
Ahora, la cuestión principal es entender si el tema de la sexualidad femenina tendría que verse a través de lo que planteó Dio Bleichmar, que “la noción de género es inseparable del grupo de la teoría sobre el Edipo” (1991, p. 80) como lo planteó Freud y lo siguieron Klein y Lacan y posfreudianos, o si es necesario separar el concepto de narcisización de la mujer y del hombre, porque a final de cuentas son diferentes, como continúa en su planteamiento Dio Bleichmar, quien propone pensar la sexualidad femenina en relación con su narcisismo, primero ligado a su género y luego a la narcisización de su sexualidad.
Morales (2014) explica un punto en extremo interesante con referencia al deseo sexual, para los hombres el deseo trata de cubrir una angustia (la de castración) y se organiza su goce en tensión entre angustia-deseo-poder. Mantiene que la mujer también se angustia, pero no por las mismas razones, sino por no saber a dónde pueden llevarlas el deseo.
Morales explica que las angustias incluso son diferentes en intensidad, la del hombre es mucho mayor que la de la mujer, pues no se pueden pensar sin vincularse con el falo. Las mujeres, en cambio, como existe otra manera de experimentar la sexualidad, pueden posicionarse de manera diferente con respecto al falo.
Aunque esta línea es directamente sobre el “deseo sexual” freudiano y no de la narcisización, explicado por Dio Bleichmar. Morales desliga el tema de que las mujeres estén por entero atrapadas en su falta, en el no tener un pene. Pues lo que sí poseen, es una potencialidad de tener un goce mucho más auténtico.
En una línea diferente, Dio Bleichmar (1991) expone que en sí el niño y la niña saben que la persona que los cuida es mujer, quien ejerce la protección y satisface los cuidados primarios. A diferencia del padre, que no está a cargo del cuidado principal de los hijos, lo cual recalca que el primer vínculo es con la madre, como bien lo plantearon Freud y Klein.
Sin embargo, tendríamos que cuestionar todo esto en relación con la actualidad, los padres que cuidan hoy en día a los hijos ejerciendo el papel de cuidador principal, ¿qué tipo de identificación harán y cómo será el superyó de estos hijos? Ahora que, si lo miramos desde una “función materna”, podríamos pensar que entonces no tiene que ver con el sexo biológico.
II.
Es necesario repensar el tema de la sexualidad femenina desde la narcisización de la mujer, y agregaría la idea de Morales de no incluir el tema de falo como una falta, sino como un goce desde un punto enteramente diferente. ¿A qué me refiero con esto? A quitarle el foco sobre si hay o no un pene. Sin ello quedamos con mujeres individuales, separadas del falo como edificador de nuestra sexualidad femenina, y con un tipo de mentalidad específico por ser mujer, que se tendría que abordar desde la misma mujer y no desde el pensamiento de hombre (por el momento).
Las mujeres somos (pero también me pregunto ¿si lo seguimos siendo?) en función de como otros nos han visto: bonitas, lindas, calladas… el modo de atraer el reconocimiento ha sido a partir de algo muy pasivo, justamente del esperar que otros reconozcan en nosotras algo para qué voltear a vernos. Si no es esto, entonces es teniendo un hijo/a. El punto principal es que nunca seremos “vistas” por quienes somos, pues somos un objeto al cual ver, pero que es mejor no se mueva.
Dio Bleichmar (1991) explica que cuando la niña entra al Edipo, está “devaluada en tanto género, pues anatómica y funcionalmente le falta algo, (…) recibirá órdenes contradictorias de nuestra cultura, a través de los fantasmas maternos y paternos sobre su sexualidad y sobre sus destinos posibles en tanto mujer.” (p. 105)
Es la idea de la “mujer fálica” entonces, la que asusta tanto, pues se resignifica el término mujer a partir del ser más agresiva, reconociendo que tenemos más atributos que el simple hecho de “ser bonita, etc.”, y de aquí que empieza una real competencia con hombres. Los cuales tienen por sentado ese reconocimiento, no sólo de familiares sino de otros hombres. ¿Será entonces que los hombres que temen perder ante las mujeres son quienes en realidad tienen envidia a ese “poder” femenino sin tener que tener un Falo?
Dio Bleichmar (1991, p. 109) lo expone de modo claro: “la profunda desigualdad narcisista es la responsable de una característica muy femenina que ha sido remarcada por todos los autores: “la mujer no habla”, “el continente negro”, “el vacío”, “el misterio”, “el enigma”. Pero la mujer no habla “por un trastorno básico en el proceso de narcisización de su género y de la puesta en acto de la pulsión.” De haber idealizado a la madre como objeto de narcisisación, pasa a devaluarla por ser (a la vista de todos) deficiente e inferior.
Pero ¿qué ha pasado con las mujeres que sí hablan? ¿No serían entonces masculinas por el intento de hablar, de pensar? Se habla de validar las formas de pensamiento de la mujer. Sofía Rutenberg (2019), nos recuerda que Freud establece que para llegar a ser “mujer” se tendría que remover la “actividad fálica”. Entiéndase como actividad fálica lo siguiente:
“la fuerza, la inteligencia, el pensamiento crítico, la agresividad, la producción, el dinero, los pelos, la masturbación, el gozar de la sexualidad, la infidelidad, el deseo, la acción, la actividad, tomar la palabra, el orgasmo, la dedicación política, tomar alcohol frente a otras personas, gobernar y también escribir.” (Rutenberg, S., 2019, p. 112). La prohibición de pensar, la misma que genera síntomas conversivos.
La propuesta es desanudar los conceptos atravesados por el falo, salir de la caja Edípica y repensarnos desde un punto de vista de mujer… pensarnos cual mujeres. No quisiera decir que es un punto de vista femenino porque caería en esta idea freudiana de pasividad, tampoco de género, pues caería en un constructo social; pero sí como a modo de romper el paradigma de lo que es ser mujer en esta actualidad. Si nosotras mismas no sabemos reconocernos como mujeres activas y agresivas, con características que no tienen que ver con el falo, pero sí con nuestra capacidad creativa, entonces seguiremos en la persecución de “brujas”, teniendo miedo a cuestionar lo que se ha dicho de nosotras atravesada por una visión de hombre, y que también se nos ha prohibido por miedo (de ellos), miedo tonto (¿o infundado?) a perder su frágil poder.
Será necesario empezar a vernos como mujeres poderosas por el simple hecho de pensar por cuenta propia, y cuestionar esta idea dependiente de que existimos siempre y cuando el Otro (hombre, usualmente) nos autorice un espacio. Recuerdo la consigna feminista “no se va a caer, lo vamos a tirar”, explica perfecto cómo tenemos que empoderarnos de tomar aquello que nos coarta la libertad de pensar-hacer y separarnos para logar la independencia. Pensar implica un dolor, y en el caso de las mujeres parecería que es doble, le apostamos a que a pesar de que pueda llevarnos a perder un espacio que, aunque es pequeño y no da cabida para la movilidad, ya tenemos asegurado; pero podremos resignificar lo que implica ser mujer, no desde la vista de un hombre, sino nuestra, propia…
Abrir el tema sobre la sexualidad femenina es muy extenso como lo comenté en un inicio. Proponer el diálogo y una escucha activa primero entre nosotras, para poder ir desenredando estos temas que han estado permeados de hombres hablando sobre mujeres, sin preguntarnos a nosotras lo qué opinamos desde un punto de vista lejano al “quién tiene el poder”, incluso proponiendo otro tipo de empoderamiento en calidad de mujer para separarnos finalmente del falo que podemos tener (sin caer en la idea de Freud de acceder a ello teniendo un hijo) y que no tiene nada que ver con el pene.
Referencias Bibliográficas