Por Clara Sánchez
La Organización Mundial de la Salud (OPS), estima que 4 millones de personas fueron diagnosticadas en 2020 con algún tipo de cáncer maligno y 1,4 millones murieron en el mundo mientras que en México, de acuerdo a los datos del INEGI, sumaron 97,323 fallecimientos.
El cáncer, de acuerdo a la OPS, “puede prevenirse y controlarse implementando estrategias basadas en la evidencia para la prevención, tamizaje y la detección temprana, el tratamiento y cuidados paliativos”, razón por la que la organización eligió este año el slogan “cerrar la brecha de atención” en el marco del Día Mundial contra el cáncer que se conmemora el 4 de febrero.
Pese a este panorama, el diagnóstico para muchos pacientes y familiares sigue siendo sinónimo de muerte, por eso, frente a esta noticia, el impacto emocional puede ser devastador, lo que a su vez complica el tratamiento, dado que el estado anímico influye en el sistema inmunológico y se traduce en una baja de defensas que pone al cuerpo en una situación más vulnerable.
La American Cáncer Society asegura que las emociones que padecen con más frecuencia los pacientes de cáncer son la ansiedad, la angustia y la depresión, pero dependerá de la fase en la que se encuentra la enfermedad. A fin de comprenderlas, se dividen en tres grandes momentos, el diagnóstico, el tratamiento y el pronóstico.
Cuando el paciente recibe la noticia, las emociones más comunes que se presentan son el agobio, cuya intensidad dependerá de la forma cómo la recibe, la negociación o rechazo frente al diagnóstico, el enojo en el que se incluye el auto reproche y por supuesto el miedo así como la incertidumbre frente al tratamiento que van a recibir.
Esta etapa es crucial, porque de estos primeros momentos y del acompañamiento que reciba del personal médico, amigos y familiares, dependerá la actitud con la que el paciente esté dispuesto o no a recibir el tratamiento que le propongan, de ahí la importancia de recibir un apoyo psicológico que le permita externar sus miedos y prepararse para el largo camino que está por empezar.
Lo ideal es contar con la intervención de un psicooncólogo que pueda explicar los procesos a los que se someterá, las limitaciones físicas que experimentará y las reacciones secundarias que pueden afectarlo. Dicha información es una herramienta importantísima para prepararse frente a los posibles escenarios que podría enfrentar. Le permitirá comprender, por ejemplo, que sus síntomas son parte del proceso y que no implican necesariamente que esté empeorando su enfermedad.
El tratamiento es una montaña rusa emocional, habrá momentos en que el paciente se sienta muy esperanzado y otros en los que lo invadirá la tristeza y la depresión, Estas emociones podrán intensificarse en proporción a los efectos secundarios propios del tratamiento, por ejemplo si hay dolor, si se merman las habilidades físicas o cognitivas, etc.
El apoyo emocional en esta fase permitirá validar los sentimientos que vayan apareciendo y trabajar con las fantasías inconscientes, eso evitará que el exceso de carga emocional complique su salud física. La depresión, por ejemplo, puede dar síntomas como sentimientos de culpa, irritabilidad, dificultad para concentrarse, que a su vez provocan alteraciones físicas como trastornos del sueño, fatiga o dolores de cabeza.
Los sentimientos propios de esta etapa pueden agudizarse con la información que el paciente recibe de su entorno, ya sea por lo que le dicen o por la forma como percibe que la enfermedad afecta a sus familiares a nivel físico, económico y emocional. De hecho hay familias donde sus integrantes ocultan las emociones con la intención “de no preocupar al paciente” en realidad se genera el efecto contrario, este silencio aumenta el estrés y no le beneficia.Evitar hablar o esquivar el tema, impide el proceso de aceptación de la enfermedad. Compartir los sentimientos en familia ayuda a enfrentarlos.
Las personas que deben enfrentar solas el tratamiento, es decir que no cuentan con familiares que puedan apoyarlos y cuya red de apoyo está muy limitada, requieren una atención especial.
En muchos casos los tratamientos contra el cáncer afectan también la imagen corporal del paciente y eso impacta también en sus emociones. En esos casos es necesario trabajar un proceso de aceptación y adaptación frente a esta nueva realidad y sus consecuencias.
El pronóstico es una gran encrucijada, si el resultado es favorable, conectará al paciente con sentimientos esperanzadores y de gratitud, aunque tendrá que aprender a vivir con la necesidad de estarse revisando constantemente para prevenir que el cáncer vuelva a aparecer.
Si por el contrario, el pronóstico no es favorable y el paciente requiere más tratamiento, puede aparecer la desesperanza e incluso el deseo de renunciar al mismo. Finalmente si entra en una fase terminal, será necesario un acompañamiento enfocado en ayudarlo a poner en orden sus cosas, sus asuntos personales y prepararse para morir. Aquí la intervención de un tanatólogo es prioritaria tanto para el paciente como para la familia dado que iniciarán un proceso de duelo anticipado que puede ser muy sanador para todos.
Pese a lo que muchos piensan, el apoyo psicoemocional es vital en el tratamiento integral del paciente con cáncer y de su familia. Influye, como lo hemos analizado, en el ánimo, la fortaleza y la integridad mental con la que pueda enfrentar todo el proceso. Recuerda que la actitud puede hacer una gran diferencia en la calidad de vida e incluso en el pronóstico de la enfermedad.